¿Por qué cuesta tanto decir que no?
Porque no queremos quedar como los malos de la película.
Porque nos enseñaron a ayudar, a compartir, a estar para el otro, y decir que no parece todo lo contrario: egoísta, frío, despegado. Pero ojo, poner un límite no te convierte en una mala persona. A veces, es la única forma de cuidar tus finanzas… y tu salud mental.
La culpa aparece rápido: “¿Y si realmente lo necesita?”, “¿y si yo estuviera en su lugar?”, “¿y si esta vez sí me devuelve?”.
Y ni hablar cuando el pedido viene con presión afectiva: “Sos mi amigo, ¿cómo no vas a darme una mano?”, “sos de la familia”. Pero lo que más daña el vínculo no es el límite, sino el resentimiento que se genera cuando hacés algo que no querías hacer.
El “pedidor crónico”: ¿existe?
Científicamente, no existe un síndrome llamado “pedidor crónico”, pero sí podemos identificar ciertos comportamientos: evitación de responsabilidades, dependencia económica, falta de planificación y baja tolerancia a la frustración. Todo eso puede estar detrás del pedido constante.
También hay algo del “folklore” cotidiano. Todos conocemos al “me das hasta el lunes”, al “es un toque nomás”, al “te devuelvo el finde”. El problema no es pedir plata. El problema es naturalizar que siempre se resuelva así.
Hay un punto en el que el pedido de platita se vuelve una forma de manipular: promesas incumplidas, uso del vínculo como excusa, y una cadena de préstamos que nunca se salda. Y ahí, el daño no es solo económico, también se daña la confianza.
¿Y si soy yo quien siempre pide?
Llegó el momento de hacer cuentas. Sumá lo que ganás, lo que gastás, lo que debés. A veces pedir plata es solo la punta del iceberg de un desorden financiero más grande. Y eso se puede ordenar. No es magia, es hábito.
Además, tenés que saber que pedir para pagar otra deuda es como apagar un incendio con nafta. Si necesitás ayuda, buscala, pero no lo resuelvas siempre igual. Hay muchas herramientas para reorganizar tus finanzas. En Naranja X, por ejemplo, podés categorizar tus gastos y ver en qué se te va la plata. Acá te contamos cómo hacerlo.
Aunque sea de a poquito, tener un respaldo para imprevistos te permite respirar antes de pedir. Y de paso, te da la sensación (hermosa) de que podés resolverlo sin depender de nadie.
Pero qué pasa si sos vos quien recibe los pedidos…
¿Cómo poner límites sin arruinar el vínculo?
“No puedo prestarte plata, pero te puedo ayudar a armar un presupuesto”. A veces, ofrecer algo distinto descomprime. Y también deja claro que no es un tema de cariño, sino de cómo podés ayudar sin perjudicarte.
Si es alguien cercano, lo mejor puede ser una charla honesta. Decir lo que te pasa, cómo te sentís y por qué decidiste no prestar más plata. Quizás no sea cómodo, pero sí necesario.
Si decidís prestar, que no sea a ciegas. Poné fechas, condiciones, incluso por escrito si hace falta. No es desconfianza: es cuidado. Y si la otra persona no lo acepta… bueno, quizás ya sabés la respuesta.
Cuando prestar no es ayudar
Si te genera ansiedad, malestar o resentimiento, probablemente no sea una buena idea. Tu bienestar financiero también importa.
Prestar no siempre es una salida rápida. Puede traerte problemas con tu propio presupuesto, sobre todo si te endeudás para ayudar a alguien más.
A veces, lo más valioso que podés hacer es compartir herramientas, no plata. Un tip, una app, una charla. Eso sí puede marcar la diferencia.
Manejar estas situaciones con ingenio no significa hacerte el/la vivo/a, significa cuidar tus finanzas sin perder la empatía por quienes necesitan ayuda. Decir que no también es una forma de quererte. Y si alguna vez prestás… que sea porque querés, no porque te da culpa.
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